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El Profeta Muhammad (P)

8:44 - December 13, 2015
Noticias ID: 3462355
(IQNA) – El pasado 10 de diciembre de 2015 coincidió con el 28 de safar, día en que se conmemora el aniversario del fallecimiento del Profeta Muhammad (P).

El profeta del Islam, Muhammad ibn Abdel.lah (s.), conocido popularmente entre los hispanohablantes como Mahoma, es descendiente del profeta Abraham a través de su primogénito el profeta Ismael, padre de los árabes.
Nace en La Meca, la ciudad en la que el profeta Adán construyó el primer templo dedicado a Dios, destruido durante el diluvio de los tiempos de Noé y reconstruido nuevamente en su mismo emplazamiento por Abraham e Ismael.
Nace entre el 12 y el 17 del mes de rabbi l-awal del año 570 de la era cristiana. Su abuelo, Abd al-Muttalib le puso un nombre que jamás otro ser humano había tenido anteriormente. Le llamó «Muhammad». Cuando fue preguntado por la razón de un nombre tan poco usual,  respondió: «Quiero que sea alabado tanto en los cielos como en la Tierra.» lo cual parece indicarnos que ya poseía información precisa del futuro que aguardaba a su nieto.
Abd al-Muttalib era guardián de las llaves de La Ka’ba y el patriarca de la tribu de los Banu Hashim. Su padre, Hashim fue uno prominente descendiente de Fihr, también llamado Quraysh, padre de todas las tribus que habitaban en La Meca.
Los historiadores musulmanes de su vida recogen que el nacimiento de quien con el paso de los años sería un profeta de Dios vino acompañado de señales prodigiosas, entre ellas, se cuenta, que los más de trescientos ídolos que rodeaban la Kaba se cayeron. Se relata que Muhammad nació con la circuncisión hecha y sin cordón umbilical y que en el momento de nacer dijo: «Dios es más grande. A Èl pertenece la alabanza. Glorificado sea mañana y tarde.»
Entre los árabes de aquella época no existía un sistema de gobierno unificado. Cada tribu tenía su propio patriarca y sus hombres principales y el orden se mantenía mediante la aplicación escrupulosa de la Ley del Talión entre las tribus, de manera que nadie que perteneciese a una tribu era atacado por ningún miembro de otra tribu, para no sufrir las reclamaciones de compensación por parte de la tribu de la víctima.
No obstante, existían peleas entre ellos y en esas peleas se mataban hombres, se robaban ganado y se raptaban y violaban mujeres.
El nacimiento de una hija era considerado por la mayoría de los hombres una desgracia y, a veces, cuando esto sucedía, el padre la llevaba al desierto y la enterraba viva.
Beduinos, ganaderos y comerciantes, guerreros amantes de la poesía y poseedores de una portentosa memoria auditiva, propia de los pueblos que desconocen la lectura y la escritura, apenas sedentarizados, sus tradiciones eran fundamentalmente orales. En la época en la que nace Muhammad apenas cuatro o cinco de los habitantes de La Meca eran capaces de leer y escribir. Muhammad tampoco aprenderá jamás a hacerlo.
La mayoría de ellos adoraba ídolos de piedra, consumía bebidas embriagantes y vivía en medio de un desierto muy alejado de las miras de los grandes imperios de su época, Bizancio y Persia.
Cuándo, a los cuarenta años, Muhammad comienza a recibir las revelaciones divinas a través del ángel Gabriel, casi ninguno de sus conciudadanos le seguirá en un principio, a pesar de ser conocido por todos ellos como un hombre recto, bondadoso y verídico hasta tal punto de ser llamado por ellos Al-Amin, «el digno de confianza».
Desde el primer momento de su misión profética, los poderosos de La Meca tratarán de callarle. Primero con promesas de riqueza y poder, después con burlas y descalificaciones, finalmente con boicots, agresiones y amenazas de muerte, hasta obligarle a abandonar su ciudad natal y refugiarse en el oasis de Yatrib, la ciudad de sus familiares maternos, que poco a poco cambiará su nombre por el de Medina, “La Ciudad del Profeta”.
Durante veintitrés años, trece en La Meca y diez en Medina, predicará un mensaje que  proclama la igualdad ante la ley de todos los seres humanos, sin diferencia de raza o condición social. La dignidad de la mujer, su derecho al estudio, al trabajo remunerado, al usufructo de su propia riqueza, al matrimonio y al divorcio.
Los poderosos de Arabia tratarán de callar la voz de aquel que pone en peligro un sistema de poder soportado sobre la esclavitud, la fuerza y la opresión de las mujeres y los débiles.
Perseguirán y matarán a sus seguidores y le harán la guerra cuando su posición en Medina se fortalezca, pero serán vencidos y no podrán impedir que su mensaje de justicia, igualdad y libertad se expanda por toda Arabia y poco a poco por todo el mundo.
(Extraído de «El Corán», traducción comentada de Raúl González Bornéz)
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