
En la historia de la humanidad, algunas figuras no solo brillan en su tiempo, sino que iluminan los siglos. Zeinab bint Ali (la paz sea con ella) es una de esas gemas raras: una mujer que, en el corazón de la tragedia de Karbalá, no solo resistió, sino que hizo resonar la voz de la verdad a través de las generaciones venideras.
Hija del Imam Ali (p) y de Fátima Zahra (p), Zeinab creció en el seno de la revelación y, con su conocimiento, su valentía y su visión, se convirtió en un modelo universal para mujeres y hombres libres. No se limitó a oponerse a la injusticia; con sus apasionados discursos en Kufa y Damasco despertó las conciencias y reavivó la esperanza en la unidad de la Ummah.
En una época marcada por la división, la ignorancia y el fanatismo, Zeinab encarnó la sabiduría del Imam Ali y la paciencia de Fátima, demostrando que una mujer musulmana puede ser el eje del diálogo y del acercamiento entre las escuelas islámicas, entre las culturas y entre los corazones. Subrayó los valores compartidos del Islam: el amor por el Profeta y por los Ahl al-Bayt, la justicia y la dignidad humana.
Hoy, en un mundo que necesita más que nunca la unidad, redescubrir la figura de Zeinab no es solo un deber religioso, sino una necesidad para la humanidad. Ella nos enseñó que la voz de la verdad, cuando está acompañada de fe, sabiduría y paciencia, puede derribar los muros de la discordia y acercar las almas.
Zeinab (p) no fue solo la mensajera de Karbalá, sino también la mensajera del diálogo y la cercanía: entre las escuelas islámicas, entre los pueblos, entre las culturas. Fue una mujer que, en la prisión, encarnó la libertad; y en el dolor, mantuvo viva la esperanza.
Sigamos su ejemplo y caminemos por el sendero de la unidad, con palabras de amor, con miradas empáticas y con corazones llenos de fe. Porque Zeinab no es solo un nombre, es un camino: el camino hacia la luz, hacia la solidaridad, hacia un mundo donde las diferencias no sean amenazas, sino oportunidades.
Dr. Sadati
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