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El precio de alimentar Europa: violencia racial en Torre Pacheco

14:31 - July 16, 2025
Noticias ID: 3510535
IQNA –La reciente ola de violencia racista en Torre Pacheco, Murcia, lejos de ser un incidente aislado, constituye un síntoma del profundo y enraizado racismo estructural e islamofobia que atraviesan la sociedad española y occidental contemporánea.

 

Por Xavier Villar

Hablar de estos hechos exige desbordar la superficie de los titulares y adentrarse en las lógicas biopolíticas y necropolíticas que gestionan, disciplinan y sacrifican vidas racializadas para sostener el capitalismo agrícola. En ese proceso, partidos como VOX no son excepciones disruptivas, sino catalizadores necesarios de un régimen de exclusión que blanquea y legitima los mecanismos institucionales del racismo y la islamofobia.

El patrón se repite: una agresión atribuida a jóvenes musulmanes desata una reacción violenta que, bajo la coartada de la inseguridad ciudadana, legitima la persecución abierta a quienes ya se consideran ajenos al “nosotros” nacional. Este dispositivo de gestión del miedo se activa rápidamente, descargando la rabia sobre comercios y personas de origen magrebí y subsahariano. Pero estas escenas de caos no son espontáneas; son producto de una arquitectura institucional obsesionada por trazar fronteras internas, jerarquizando cuerpos según su pertenencia real o imaginada.

La islamofobia no debe entenderse únicamente como intolerancia religiosa, sino como una forma específica de racismo que se activa frente a la musulmanidad, ya sea real o imaginada. Opera como una tecnología de poder que racializa la diferencia musulmana, traduciéndola en amenaza ontológica. Así, la sola sospecha de musulmanidad basta para degradar a los sujetos, reduciéndolos a figuras liminales: ni plenamente incluidas ni completamente expulsadas, sino atrapadas en una ciudadanía condicional que les niega agencia y humanidad. Este régimen de exclusión no solo despoja, sino que también produce: fabrica la idea de una nación homogénea mediante la constante exteriorización de aquello que la musulmanidad representa —una alteridad política que interrumpe la narrativa colonial del nosotros.

VOX como agente y blanqueador del racismo político

VOX emerge como pieza clave del engranaje, institucionalizando y otorgando respetabilidad al racismo y la islamofobia en el espacio público. Este partido, financiado en su origen por redes tan turbias como el Muyahidín Jalq (MKO), la oposición iraní de historial terrorista, es a la vez síntoma y motor de la necropolítica contemporánea.

Sus líderes no solo se niegan a condenar la violencia racista, sino que la alimentan, equiparando inmigración y delincuencia, e institucionalizando lenguajes y prácticas que traducen viejas fobias coloniales en políticas de “seguridad nacional”.

La función esencial de VOX es doble: por un lado, desplaza los discursos abiertamente neonazis al terreno de la respetabilidad parlamentaria; por otro, ofrece un marco institucional para legitimar el sacrificio de vidas racializadas en nombre del supuesto bien común. Así, la violencia racista en Torre Pacheco es interpretada como una reacción natural ante una presencia “problemática”, ignorando y negando las raíces históricas y estructurales del conflicto.

Biopolítica, necropolítica y la economía de la muerte agro-capitalista

Torre Pacheco y las comarcas agrícolas de España representan un laboratorio donde la biopolítica y la necropolítica se entrecruzan brutalmente para producir y administrar la vida y la muerte de cuerpos racializados.

El Estado y el capital, mediante dispositivos legales, mediáticos y policiales, gestionan la fuerza de trabajo migrante como materia desechable, imprescindible pero permanentemente eliminable. La instrumentalización de la vida se traduce en:

Inscripción de trabajadores migrantes en una lógica de hiperexplotación, sin derechos laborales ni garantías mínimas de bienestar. Invisibilización de la violencia sistemática —accidentes laborales, abusos, represión policial— orientada a disciplinar y controlar poblaciones enteras. Creación de “zonas de excepción” en asentamientos chabolistas, donde las políticas de exclusión permiten la reproducción de la pobreza y la desesperanza como recursos de gestión.

Esta necropolítica, entendida como el derecho soberano a decidir quién puede vivir y quién debe morir, se articula con la biopolítica que administra y regula desde el Estado la vida de los súbditos, reservando para sí el monopolio de la violencia y la vigilancia permanente sobre los cuerpos musulmanes y racializados.

Islamofobia, racismo y la maquinaria productiva del odio

El racismo y la islamofobia no solo son herencias culturales, sino fundamentos operativos del capitalismo contemporáneo. La agroindustria española necesita un ejército de vulnerables, fácilmente sustituibles, a quienes se permite existir solo en la medida en que su necroexistencia sostiene la acumulación capitalista.

La integración es anatema; la asimilación, imposible; la diferencia se convierte en motivo de sospecha y persecución. Mediante la fabricación mediática del peligro, el relato hegemónico refrenda el uso legítimo de la fuerza para excluir, detener o expulsar a quienes cuestionan la narrativa homogénea de la nación.

La islamofobia funciona como una estrategia de doble exclusión: despolitiza y deshumaniza a los sujetos musulmanes, quienes son representados únicamente en los términos asignados por la mirada blanca europea, impidiendo su acceso a la plena ciudadanía y la agencia política. Esta misma lógica está detrás del relato que sigue criminalizando a la población migrante tras cada estallido de violencia, y detrás de la inacción de las instituciones que permiten que el odio se convierta en política de Estado.

Como en Lleida, los cuerpos racializados no son solo mano de obra esencial para la recolección de fruta —pieza clave del ciclo económico agrícola—, sino que también cargan con las consecuencias más duras de un modelo que se presenta como democrático y plural. Sus condiciones de vida, las enfermedades laborales y, en los casos más extremos, la muerte, no son excepciones sino efectos previsibles de un sistema que externaliza el coste humano para sostener su propio equilibrio. En ese sentido, la llamada “justicia social” convive con zonas de exclusión estructural que rara vez se nombran.

El caso de Torre Pacheco revela una verdad incómoda: el racismo y la islamofobia no son residuos indeseados del progreso europeo, sino condiciones de posibilidad del propio capitalismo agroindustrial. Sin la administración disciplinaria (biopolítica) y letal (necropolítica) de los cuerpos excluidos, el modelo productivo colapsaría. La supuesta crisis de convivencia es, en realidad, la gestión cotidiana de una guerra difusa contra los sujetos racializados, convertidos en carne de cañón para proteger el mito de la pureza nacional.

Superar la espiral de violencia requiere confrontar frontalmente la raíz estructural de la necropolítica agrocapitalista: la alianza entre Estado, capital y racismo institucional que produce vidas prescindibles y muertes invisibles. Es necesaria una apuesta por la justicia social radical que reconozca, repare y redistribuya derechos y recursos, desmantelando las fronteras internas y externas que organizan la vida y la muerte en función de la blanquitud y el privilegio colonial.

Torre Pacheco, como otros muchos enclaves en Europa, pone de relieve que el problema no es tanto la “convivencia” como el marco desigual que la condiciona. La tensión no surge de la diversidad en sí, sino de un orden social que normaliza el sacrificio de unos para sostener el bienestar de otros. Repensar este modelo exige una respuesta política y social que no se limite a gestionar la diferencia, sino que cuestione las estructuras que la jerarquizan. Solo así será posible avanzar hacia una convivencia real, plural y basada en la justicia.

hispantv

 

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